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Anatemas

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Ha llegado el fin. Deseo seguir hurgando en la boca del hormiguero. Este ya o está. Mi cuerpo no me pertenece. Un sudor frío recorre mi piel. Comienzo a diluirme en la bruma espesa del olvido. Hay un hedor insoportable que proviene del vómito. Observo cómo las sabandijas trepan por mi rostro y se me incrustan en la nariz. Salen victoriosas por la cuenca de mis ojos.

 

Ya es tarde—muy tarde– para los anhelos. Las hormigas han invadido el refugio de mis latidos. En este absurdo festín, al que asisto en contra de mi voluntad, me doy cuenta de una verdad aterradora: para estas carnívoras, el alimento soy yo.

 

(HORMIGAS,Fragmentos

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